Thursday, December 21, 2006

El Cramer

La primera vez que lo vi, me llamó de sobre manera la atención, sobre todo al percatarme que él estaba sólo acompañado por dos pequeños. El mayor tiene al rededor de 7 años y el otro como 5. Pensé que esperaba a su esposa, que ella andaría por ahí en el cementerio, quizás comprando flores, hablando en la administración o en quién sabe qué cosa.

Al siguiente domingo, nuevamente lo vi caminando entre las lápidas acompañado de los niños. Mi curiosidad aumento, lo seguí con la mirada hasta donde pude debido a que no me permiten salir, lo único que logré, fue percatarme que caminaba en dirección al patio de los nichos.

Durante la semana, tratando de explicarme la visita de este hombre, conseguí acceder a los archivo del cementerio. Eran treinta y cuatro los ingresado a aquel lugar durante el último mes. Al clasificarlos por edad, pude obtener el siguiente resultado: tres entre 0-20 años, doce entre 21 a 40 años y diecinueve difuntos con más de 41 años. Lo que llamó más mi atención, es que habían dos jóvenes mujeres en la lista; una de 28 años y la otra 36. Posiblemente pudieran ser la madre de los niños.

No sólo a mi me llamo la atención este hombre acompañado de sus hijos, sino que también a mis otros compañeros, a los de la limpieza, los albañiles y a las floristas; quienes admiraban la devoción del Cramer, así le pusieron, el cual sólo compraba rosas blancas.

También durante la semana he pensado en esa pobre mujer, imaginando su incomodidad al estar encerrada en esos húmedos y fríos nichos. Rodeada por la fragancia nauseabunda de los maceteros mientras las flores se van marchita con el paso de los días. Como la oscuridad la rodea consumándola y provocándole la pérdida de toda noción del tiempo. Sufro al pensar de que se está asfixiando en su cajón herméticamente sellado, con la finalidad de que no se desparramen los fluidos del cuerpo cuando se descompone, o como sus ojos y entrañas son invadidos por un ejercito de gusanos. Por eso, hoy, el domingo que tengo libre, espero con ansias que el Cramer nuevamente aparezca por acá.

Alrededor de las tres de la tarde, para mi alivio, el desdichado hombre aparece con sus pequeños ángeles. Con mucho disimulo y a corta distancia lo sigo. Como habitualmente lo hace, toma en dirección hacia los patios de los nichos. Pienso en lo afortunada que es su esposa por tener este hombre tan dedicado y que a pesar de la muerte, aún le ama. Al llegar al patio de los nichos, mi corazón late fuerte porque voy a ser testigo de este encuentro intimo. Para mi sorpresa, él sigue caminando hasta llegar al limite norte del patio y dobla a la derecha. Quedo perplejo en ese instante, pienso que es posible que ella esté en un sepultura o una bóveda familiar, así es que apuro el paso para no perderlo. El Cramer sigue caminado, no da señales de que se detendrá en algún lugar, prende un cigarrillo mientras simplemente camina y camina, hasta que finalmente llegamos a la entrada principal, la que esta por Avenida Recoleta, y Ahí se detiene.

Luego, algo le habla a los niños y ellos, con una actitud temerosa le asienten, le pasa un rosa blanca a cada uno de ellos y se sienta placidamente a unos 3 metros, mientras los niños comienzan a pedir limosnas a los visitantes del campo santo.

Yo, contento de estar donde estoy, volví a encerrarme en mi bóveda con la firme determinación de no volver a salir nunca más.

Thursday, December 14, 2006

Maquillaje

Me inquieta Gabriel, está pasando por momentos difíciles que lo confunden. Todo los días, antes que amanezca, comienzo a preocuparme de las actividades diarias. Hoy, el rimmel visita mis ojos con cuidado y devoción. Pienso en él, sé que es un buen chico que podrá salir adelante y dejar en el pasado estos tiempos grises.

Al aplicar la crema facial, siento que acariciara mi rostro con mucho cuidado. Está fría y húmeda. Trata fervientemente de revivir mi juventud de antaño con el mismo fervor del penitente, que de rodillas, paga el favor concedido a la Virgen de lo Vázquez.

Martín está bien en el colegio, aunque últimamente ha tenido algunas anotaciones negativas por disciplina. El problema es que no lo entienden. Es muy rápido para aprender, los trabajos y tareas del colegio los realiza en unos pocos minutos. Son los otros niños los que lo molestan.

Tratando tiernamente de ocultar las amarguras de mi vida, el corrector de ojeras recorre elegantemente mi piel. Una vez más, con esa amabilidad que lo caracteriza, se lleva mis penas a las profundidades de mi alma.

Andrés es un buen tipo, pero desde hace bastante tiempo las cosas no nos funcionan. Hay días que simplemente me quiero ir lejos. No soporto su indiferencia, su frialdad y su falta de palabras amables. Ya no me dice que me quiere. Lamentablemente, si nos hubiésemos divorciado, no habría podido soportar los maliciosos comentarios y mentiras sobre mi persona.

Un poco de base de maquillaje para tratar de ocultar la palidez de mi rostro. Hoy, estoy más blancucha que nunca. Así que a la base se le une el rubor para esconder la apariencia anémica que llevo a cuestas.

No se qué va a pasar con el Choche. El alcohol y las malas juntas no lo dejan. Hemos tratado de ayudarlo. América me llamó ayer para ver, una vez más, otro tratamiento. Ya no sé si algo resulte. Espero que él pronto se de cuenta que está enfermo y si sigue así, perderá a toda su familia. Realmente, no se que va a pasar con él, hasta ahora ha contado con mi ayuda cuando me lo ha pedido.

Un delineador de ojos y otro de labios me regalan pequeños y delgados caminos oscuros. Buscan engañar a los ingenuos. Se unen a esta treta el lápiz labial y la sombra de ojos. Ponen colores en mi boca y ojos para dar mayor vida a mi rostro, como tratando de resucitarlo, a la manera que Cristo resucitó al desdichado Lázaro.

Bueno, después de 15 minutos estoy lista para salir. Andres, antes si, siempre se preocupa de cerrar las ventas y las puertas, apagar las luces, cortar el gas, revisar que se lleven las llaves de la casa, que la mantequilla quede en el refrigerador y de todas esas actividades que se hacen antes de salir de casa. Ahora, ya muy cómoda en mi cajón, podemos ir tranquilos, como una buena familia, a mi sepelio.

Fin