Friday, January 12, 2007

Todo por un Italiano

Todo comenzó ayer. Luis, al salir del trabajo, tuvo una ansiedad irresistible por comer un completo. Él siempre pasa por fuera de esa fuente de soda, ayer entró y se sentó en una mesa apegada a un gran ventanal desde donde podía ver todo lo que sucede a fuera.

Transcurrieron unos cuantos minutos, Luis miraba absorto hacia la calle perdido entre los mundos que cruzaban ante sus ojos, repentinamente escuchó, a sus espaldas, una voz dulce que le decía; “señor, ¿qué se va a servirse?”. Él, lentamente se giró, levantó su mirada y se clavó, a su parecer, en lo más hermoso y radiante que jamás había visto en su vida. Se quedó mudo por un minuto y medio por lo menos. Emocionado, perturbado, empezó a transpirar copiosamente.

María, con una sonrisa visiblemente forzada, nuevamente le dijo: “caballero, ¿ya decidió lo qué se va a servirse?”. Él, con el corazón a pleno galope; casi escapándose de su pecho, y con una sensación de frió que inundaba sus manos y entrepiernas, dijo en un susurrante chillido: “Un italiano y una cerveza por favor”. “Enseguida se los traigo”, respondió ella y se alejó.

Luis no despegaba los ojos de María, observaba cada detalle de sus movimientos, casi podía verla volar cuando se desplazaba de un lugar a otro, ya no era simplemente una mujer, era una mariposa, un hada, un colibrí que danzaba de completo en completo.

Percibiendo María que alguien la ojeaba, deslizó una mirada hacia Luis. Él sintió como un quemante nudo en sus vísceras, sin embargo continuó mirándola adictivamente. Luego María, quien ya a estas alturas se sentía acosada, se acercó a le Luis y le dijo en un tono de rudeza: “¿lo puedo ayudar en algo más?”. “Si, gracias”, respondió él y añadió, “te he estado mirando por un buen rato y no he podido despegar mi mirada, tienes un magnetismo…” María atónita, escuchaba atentamente mientras su cuerpo se contraía y daba un paso hacia atrás en actitud defensiva.

Luis tenia los ojos desorbitado, las manos apretadas, su frente arrugada y su transpiración ya había manchando tanto el mantel como las servilletas, era como si algo a alguien lo se estuviera asfixiando. Él continuó hablando por un buen rato hasta que finalmente le dijo a María: “es tu divino delantal el que me enloquece, esos colores, la exquisita blonda utilizada, sus encajes, ese corte que le dieron, ¿dónde lo comparaste?”. A estas alturas María estaba más que extrañada por la pregunta, dando otro paso hacia a tras, le respondió, “Yo misma lo hice, compré la tela y todo”. Luis, muy excitado, inclinando su cabeza coquetamente y levemente mordisqueándose los labios, dijo, casi en un murmullo; “¿Me puedes vender tu delantal?, pliss. Es que mañana tengo una cita íntima y quiero sorprender.”

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